
La ‘startup’ Roseo desarrolla su propio aerogenerador para la producción de energía eólica en las ciudades
Cuando hablamos de autoconsumo energético tendemos a pensar únicamente en instalaciones fotovoltaicas. Sin embargo, poco a poco van madurando otras opciones que ponen la producción en manos del consumidor final, como la de contar con un aerogenerador en nuestra propia azotea. La eólica se acerca a la ciudad y una de las empresas que desarrolla tecnología para lograr que los entornos urbanos se autoabastezcan de manera limpia y sostenible es Roseo, ‘startup’ que trabaja en su propio aerogenerador y ya cuenta con un ‘software’ que determina la rentabilidad de su instalación en una ubicación concreta.
«Dentro de la apuesta por descentralizar la producción y facilitar que la energía se genere allí donde se va a consumir para evitar las pérdidas que se dan durante el transporte, y lograr que redes eléctricas sean más eficientes y seguras, nosotros trabajamos en la minieólica, que es el aprovechamiento del viento mediante la utilización de aerogeneradores de potencia inferior a los 100 kW», explica Ariana Martín, directora financiera de la empresa y fundadora junto a Mario del Río, Óscar García y Alain Ulazia, profesor de éstos en la Escuela de Ingeniería de Gipuzkoa, en Eibar, en cuyas aulas surgió el proyecto.
Cambio de proporciones
La principal ventaja de la eólica urbana frente a la ‘clásica’ es que no necesita terreno libre, sino que aprovecha edificaciones ya existentes, lo que obviamente requiere un considerable cambio de proporciones. Así, el área de barrido de las palas de una turbina doméstica no puede superar los 200 metros cuadrados frente a los 2.300 de un generador de 1.000 kW de potencia.
Sin embargo, la propuesta de Roseo va mucho más allá de la mera adaptación a un tamaño mini de los molinos tripala de gran envergadura, algo que ya se puede encontrar en el mercado. La firma desarrolla un modelo, al que han llamado Rosbi, que estéticamente es más parecido a uno de agua -con palas que giran en vertical de forma constante mientras haya una corriente que las empuje-, aunque reducido a un tamaño similar al de los aparatos de aire acondicionado que hay en muchas azoteas. Además de no tener apenas impacto visual -en las construcciones nuevas podría integrarse en el diseño y pasar totalmente desapercibido-, sus turbinas tampoco generarán ruido ni vibraciones y quedan protegidas por el concentrador de flujo -una visera que aumenta la velocidad del aire antes de ser inyectado a la turbina-, por lo que también sería una solución apta y segura para espacios como jardines o parques públicos. Y ya que nos movemos en clave medioambiental, sus componentes serán de fabricación local y reciclables.
Su instalación es modular y únicamente requiere una cubierta plana y sin obstáculos y un mínimo de cuatro plantas, «aunque esto depende de la ubicación concreta de cada construcción. Igual un edificio de dos alturas situado frente al mar está más expuesto al viento que uno de siete en la cuidad», matiza Martín. Esta idoneidad se puede cuantificar, y para hacerlo la ‘startup’ ha desarrollado un ‘software’, bautizado como Anemoi, que mide el potencial eólico de una ubicación. A partir de la información orográfica, del estudio del entorno -como la altura de los edificios cercanos-, de datos anemométricos históricos y de los recopilados durante al menos tres meses por cuatro estaciones meteorológicas que instalan ‘in situ’, Anemoi permite saber si la minieólica es la mejor opción para una azotea determinada y, de serlo, dónde hay que colocar exactamente las turbinas para que alcancen el mayor rendimiento posible.
Cuantificar el rendimiento
«Conocer de antemano el potencial eólico de un emplazamiento, saber en qué fachada rinde más una instalación y cuántos módulos hay que colocar, permite saber si es realmente viable y, de serlo, cuál será su plazo de amortización», explica. De hecho, este cálculo es parte del servicio llave en mano que la firma ya ofrece a comunidades de vecinos y, sobre todo, instituciones públicas o empresas con grandes consumos en las que instala placas fotovoltaicas y minigeneradores, de momento fabricados por terceros. «Tenemos cuatro líneas de negocio con las que en 2022 facturamos 230.000 euros. Junto al servicio de asesoría energética, tenemos el ‘software’, que obtiene datos muy útiles en la lucha contra el cambio climático que en el futuro se podrán vender. Y por otra parte están la instalación y mantenimiento de placas solares y minieólica, aunque aún no podamos instalar nuestro Rosbi, que sigue en fase de desarrollo. Estamos en el quinto prototipo y esperamos contar con uno precomercial el año que viene, por lo que el lanzamiento podría ser en 2025», dice ilusionada Martín.